Ipoh y Cameron Highlands

1. Reportaje fotográfico




















2. Sueño para el recuerdo...

La primera sensación al reparar en el anciano de aquella fachada fue una mezcla de admiración y sorpresa ante la envergadura de unos trazos que parecían dibujados con un lápiz de dimensiones descomunales.

La segunda sensación fue de solemnidad ante una mirada que denotaba una profunda sabiduría, como si de un personaje emblemático se tratase, o acaso fueron los años los que forjaron ese ilustrado semblante, que no necesariamente ilustre, como en aquél dicho sobre el diablo y su sapiencia.

La tercera sensación fue de ternura, pues no solo la experiencia hablaba a través de aquel rostro, sino también la fatiga a la que le sometió el tiempo, el trabajo, la vida. Curioso don el de ancianos y niños, que sin mediar palabra y únicamente a través de una instantánea, pueden llegar a transmitir al menos un esbozo del calor del cariño a propios y extraños, los unos por recordarnos la inocencia que en algún momento perdimos y los otros por ser profetas forzosos del maquiavélico plan de obsolescencia programada con el que fuimos concebidos, cargando el peso de la experiencia en un cuerpo cada vez más débil hasta exprimir así de él las miserias y regresar a la tierra con la ingenuidad del primer día.

La cuarta sensación fue de intriga por averiguar qué se escondía tras una expresión que comenzaba a suscitar recelo. Quizás esa sutileza fue la que llevó al gobierno malayo a estar a punto de encalar de nuevo esta fachada, argumentando que tenía un notable parecido con un miembro del partido comunista. Cuán aventurada es la ignorancia, pues en mi caso pensé que podría tratarse de algún personaje de la época colonial asociado con las célebres Cameron Highlands, como si la ciudad de Ipoh, donde este retrato luce aún imponente, pudiera tener tal íntimo vínculo con estas altas tierras situadas a unos 85km al este, más allá de ser el punto de entrada natural a través del Blue Valley para la mayoría de los viajeros. ¿Acaso sería el propio William Cameron quien, en una expedición en 1885 para el gobierno británico, se convirtió en el primer colono que accedió a las Highlands tras cruzar la densa jungla? ¿O quizás fuera Sir Hugh Low, quien sugirió posteriormente que aquella extensión de tierra elevada, situada a unos 1500m sobre el nivel del mar y lejos del sofocante calor de la península de Kra, podría ser un buen lugar para construir una pequeña granja donde retirarse? ¿O se trataría de Sir George Maxwell, quien comenzó a fomentar el desarrollo de la zona en 1925? ¿O, por qué no, tal vez el Robinson que dio nombre a las cascadas y la estación hidroeléctrica? No, no, lo más seguro, atendiendo a la taza en equilibrio límite entre los dedos de esa descomunal mano, es que estuviéramos ante John Archibald Russel, que en 1929 comenzó con las plantaciones de té que hoy en día dominan el paisaje de las Highlands. O, quien sabe, quizás se tratase de algún célebre personaje de la historia más reciente que tuviera que ver con las plantaciones, huertos, viveros, granjas de abejas, de mariposas… que han llevado a las Highlands a ser el foco de agricultura principal de Malasia, explotada también en términos de "ecoturismo" con la masificación hotelera de Tanah Rata y Brinchang y, por suerte, conservando aún algunas rutas de trekking y el misticismo del Mossy Forest… 

Puede que estas cuatro sensaciones despertadas por el retrato en cuestión surgieran al mismo tiempo, aunque muy posiblemente vinieran acompañadas de otras, algunas de las cuales no harían sino entorpecer el propio relato. Tómese como ejemplo la sensación de calor o la frustración al encontrar cerrada la oficina de turismo, situada justo en frente, un sábado de verano como otro cualquiera... Al menos ese pequeño contratiempo me permitió seguir admirando en silencio a aquél personaje y, finalmente, romper el sueño con una rápida consulta on-line al señor sabelotodo intuyendo que podría ser, tal y como ya había tenido el placer de admirar en Kuala Lumpur y en Penang, una obra de arte urbano del joven Ernest Zacharevic. Por suerte o por desgracia hay veces que la realidad resulta cómicamente decepcionante en contraste con las interpretaciones ficticias… Al fin y al cabo tan solo se trataba, tal y como rezaba el título del mural, de un Tío viejo con taza de café.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por tu comentario!