1. Reportaje fotográfico
2. Sueño para el recuerdo...
En un lugar de Tailandia, de cuyo nombre no quiero olvidarme, no ha mucho tiempo que vivía una hidalga de afable corazón, cuyo joven espíritu bien podría ser una tercera parte del devenir del tiempo en sus facciones. Ávida de un retiro más vital que espiritual, había dejado atrás las tierras belgas que la vieron nacer, la humedad de un clima que aún sus huesos recordaban, un mundanal ruido que desafinaba estridentemente con un Karma en constante melodía, aventurera en busca de la escondida senda de Fray Luis de León. Tras mucho deambular y no sin admirable esfuerzo, había hallado un claro en la jungla en el alma de una bella isla del Este donde, con sus experimentadas manos, se decidió a erigir el acogedor hogar que tantas veces había imaginado, rodeada de agua cristalina, de tierra fértil, de frutos silvestres y, sobre todo, de un silencio adornado tan solo por el susurro del viento entre los árboles, del correr del agua entre los guijarros y del canto de los pájaros, geckos y macacos.
Aconteció que lo más profundo de su ser no estaba aún dispuesto a tan merecido descanso, búsqueda en vano fruto de su compasivo espíritu, negligente a la indiferencia. Fue así como abrió las puertas de su particular paraíso al primero de sus agradecidos ahijados, el viejo Brownie, que merodeaba hambriento y enfermo por los alrededores en busca de un motivo por el que seguir luchando. Así, ella se convirtió en la luz de sus ojos y él en el incansable guardián de sus sueños. Pero no estarían solos por mucho tiempo…
Cuando la madre tierra no podía regalarles todo lo que precisaban, nuestra particular heroína y su fiel protector acostumbraban a cruzar la jungla hasta el poblado más cercano. Cierto día, cuando volvían de comprar unos cuantos kilos del siempre abundante arroz, escucharon un lamento lejano, apagado, casi inaudible, pero desesperado y agónico como si suplicara piedad a la mismísima muerte. No fue fácil encontrar a la pequeña Tiggery tras unos matorrales junto al camino, perdiendo la vida a cada suspiro a causa de las heridas causadas por el fuerte impacto de algún desalmado al volante, abandonándola a su fatal suerte. Ella movió cielo y tierra buscando la forma de ayudarla, pero todos coincidían en que no había nada que pudiera hacerse. Sin embargo, no perdió la esperanza y, tras varios meses de incansables cuidados, ya eran dos los ahijados que felizmente la hacían compañía en su humilde morada.
Los rumores del altruismo de la “farang” se extendieron rápidamente por toda la isla y, con ellos, se multiplicaron las peticiones de asilo. No tardaron en acercarse el pequeño y gracioso Pepito, los despistados Coconut y Peanut, la preciosa Violet, el bipolar Nono, la simpática Sindy, los hermanos Blacky y Lion, la maravillosa Marbel, el sibarita Zazu, la dominante Shiva, el valiente Charlie… En poco tiempo, su particular retiro se convirtió en un auténtico refugio con más de treinta ahijados caninos y más de una decena de felinos. Definitivamente su corazón no estaba preparado aún para el descanso…
Sin más ayuda que su obstinado empeño por regalarles una vida digna, ella continúa, desde hace casi diez años, cocinando cada día para estos adorables huéspedes, dándoles un hogar, mimándolos. Y cada mañana, cruzando el bosque de Heveas con sus pequeños cuencos para el acopio del caucho, más allá del palmeral donde los macacos son esclavizados en la recogida del coco, una jauría corre libre por la jungla entre ladridos de júbilo, dando con tan contagiosa vitalidad las gracias a su salvadora. No dejo de estremecerme al recordar a la pequeña Verrita que, ajena a la parálisis causada por otro injusto accidente, vuela entre las hojas secas cada vez que un simple pañuelo eleva sus cuartos traseros, más rápida que nadie. O al acordarme del delicado momento de la comida, cuando empatizar con sus instintos se antojaba fundamental para preservar la hermandad, antesala a una placentera calma. O al revivir aquella sensación, mezcla de gozo y aprensión, la primera vez que la manada se abalanzó expectante sobre mí. O al volver a visualizar en la mente esas miradas de respeto y admiración que la profesaban…
En sus nombres, y en el de cuantos te conocemos, gracias Francoise por ser un ángel en la tierra.